Preciosa. Siempre preciosa. La mirada mansa, las lágrimas acariciando las mejillas. Las manos entrelazadas, el pie desnudo. La silueta frágil, los labios entreabiertos. Un jardín de flores blancas a sus pies. Una ciudad entera a sus pies. Una Mujer Sola erigida en bandera de miles de mujeres solas. Nosotras, en la fila; ellos, en las aceras. Qué mas da, si la Virgen es de todos, incluso en este Sábado en que La Congregación nos la entrega para acompañarla. Si esta Soledad no pertenece a nadie, ni siquiera a Ella. Si esta Soledad es la de las madres, la de los padres, la de los hombres y de las mujeres. La Soledad de los que sufren, la Soledad de los que viven en la calle; la Soledad de los que lloran a los suyos; la Soledad de los que caminan solos de verdad en esta vida. Soledad que se pega en nuestras carnes, que nos azota el alma en las noches vacías, en los días rotos, en los silencios, en los bullicios. Soledad de todos, si esta Soledad de madera y milagro está en todos los hogares, en todos los corazones. Si le rezamos por igual; si por igual sentimos el dolor en las entrañas cuando volvemos de dejar en la tierra a los que queremos. Vida, dulzura, Soledad nuestra.
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